sábado, 5 de abril de 2008

SOBRE LA RABIA

Ayer pasé unas horas con alguien que me dejó marcando ocupado, una de esas personas que te agotan las pilas y te dejan en estado semicatatónico por un rato…

La ira, el odio, cuánto dolor encierran… ayer tuve delante a un tipo iracundo que desparramaba su mierda a diestro y siniestro porque estaba tan anegado en frustración que parecía que lo único que podía hacer consigo mismo era torpedearse desde sus mismas entrañas… El tío después me pedía perdón, por desubicarse tanto, “no me lo tengas en cuenta…”, repetía desde la vergüenza y el arrepiento que sigue a la pérdida del control, y me pedía perdón porque aunque a mi no me había agredido personalmente, me había convertido por unas horas en su cubo de basura, donde botar toda esa bilis negra que él cree que es rabia y disidencia, gritos contra el sistema, agitación contra el estado de cosas… pero el pobre hombre solo se gritaba a sí mismo, solo agitaba su propia capacidad de estar en paz.

“Solo quiero remover conciencias…”, repetía, y creía que yo estaba descolocada ante su inteligente y despiadado discurso, pensaba que me había asustado ante la violencia de su postura y lo radical de sus ideas, pero lo que en realidad sentí fue una pena enorme, al ver a un pobre hombre ahogado en confusión y miedo, bramando desde lo que él creía que era un amenazador rugido animal, cuando yo solo veía una persona asustada ante el mundo al que decía combatir. Misántropo, se llama a sí mismo. Asustado de su propia incapacidad de conectar y sintonizar con la vida, es lo que me pareció.

Y no, no voy a ponerle la cruz, como él temía, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, y no seré yo quien me sienta libre de la carga de unas emociones que a veces se esparraman y se tropiezan unas con otras, pero sí que se ha roto algo, es inevitable… Y me vi a mi misma, a mi propio ser de hace unos años, cuando el vivir en contra de mi propia naturaleza me llenaba de amargura y soledad, y lo único que pude hacer fue apaciguarle, abrazarle y calmar ese rugido que era lamento, y después irme a casa con la sensación de que este mundo tal y como lo tenemos montado deja tan poco espacio para el sosiego que a algunas personas no parece quedarles más salidas que convertirse en puercoespines que disfrazan su temblor y su fragilidad bajo púas y dientes afilados que al final no muerden más que la propia identidad, alienada…

Empecé este blog por esa razón, para dejar caer mis púas, para que la rabia y el dolor no se convirtiesen en caparazón, en yelmo, en escudo o en dientes afilados, porque si hay algo que no quiero es volverme estatua de sal, inmovilizada ante mi propio terror interno. Tengo, después de todo, elevadas cuotas de paz y alegría en mi día a día, y eso me permitió calmar al amigo y apaciguar su rabia por un rato, pero, como no soy la virgen María (a dios gracias), carezco del poder y la habilidad de disolver la vergüenza, y vivir avergonzado es una cruel tortura que él tendrá que aprender a manejar.

Me queda dentro la pena del dolor ajeno, y un cierto pudor al contemplar una desnudez que quería ser ocultada, así que cojo mi paz y mi dulzura (ganadas tras librar mis propias batallas contra mi propia putrefacción interna...) y las mezo y las arrullo, para que no se me escapen entre los dedos, contagiadas por tanto caótico sufrir, y doy gracias a la vida una vez más por permitirme bañarme en sol, y a mi misma por darme la oportunidad de hacer todos los altos en el camino que hagan falta para encontrar mis rayitos de luz, cada día, lo que no es gratis...

No se puede despejar la oscuridad agitándola con las manos, pero siempre queda esa luz interna que nos guía hasta en los túneles más sombríos, y a ella me agarro, y vengo aquí y escribo lo que he sentido para que cuando llegue la sombra, recuerde que también pasará, como siempre.